domingo, 18 de mayo de 2008

EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO

MEMORIA CRÍTICA

EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO

A nivel mundial se está viviendo una época de cambios notables en la humanidad. Esta sociedad se encuentra inmersa en la era del conocimiento, constituyendo así una sociedad que plantea nuevos retos, paradigmas, formas de pensar y sentir; es decir, un mundo del conocimiento bajo una nueva dimensión que aborda la complejidad del hombre en su naturaleza, el cosmos y la vida. De allí, que se considera al hombre como un ser creador/adquiridor, que actúa como factor determinante de cambio, en el proceso de construcción y reconstrucción del conocimiento.

Una sociedad basada en el conocimiento sólo puede darse en un contexto mundial abierto e interdependiente, toda vez que el conocimiento no tiene fronteras. En ella se da inicio al diálogo entre realidades diversas, entre distintas disciplinas que interactúan para modificarse, enriquecerse de y con otros saberes; lo que evita permanecer en perspectivas absolutas. Es decir, se trata de lograr la transdisciplinariedad y multiplicidad desde las distintas disciplinas del saber.

El pensar transdisciplinar y complejo viene a favorecer esa postura epistémica de acento constructivista, en la que el proceso de generación de conocimiento forma parte de un todo integrado, donde el observador, el fenómeno observado y el proceso de observación están conectados a través de redes que se encuentran en una articulación que les permite la asociación y no la disociación. En este sentido Morin (2000), señala que hay complejidad cuando son inseparables los elementos diferentes que constituyen un todo (como lo económico, lo político, el sociológico, el psicológico, el mitológico, el afectivo) y que existe un tejido interdependiente, interactivo e inter-retroactivo entre el objeto del conocimiento y su contexto, las partes y el todo, el todo y las partes, las partes entre ellas. Por esto, la complejidad es la unión entre la unidad y la multiplicidad. Asimismo refiere que el pensamiento complejo, como uno de los mandamientos, necesita reintegrar al observador en su observación. La complejidad como principio de pensamiento que considera al mundo, y no como el principio revelador de la esencia del mundo.

Hablar del conocimiento implica un proceso a través de cual un individuo se hace conciente de su realidad. El conocimiento puede ser entendido según Morin (2001) de diversas formas: como una contemplación porque conocer es ver; como una asimilación porque es nutrirse y como una creación porque conocer es engendrar.

Sin embargo antes de continuar, debemos señalar que el conocimiento también es adquisición y en este sentido, podemos deducir, que conocer el conocimiento, lleva implícito unos principios que lo gobiernan, como son la filosofía y la ciencia. La primera establece el conocimiento como un proceso de reflexión y especulación; y, la segunda como un proceso de observación y experiencia. Lo mencionado nos permite afirmar que para conocer no debemos distanciar una de la otra, porque ambas constituyen el fundamento de la construcción del conocimiento. Esto se valida con lo expuesto por Morín (1997:140), cuando indica “que hay que respetar los requisitos para la investigación y la verificación propios del conocimiento científico, y los requisitos para la reflexión propuestos por el conocimiento filosófico”.

En este sentido y retomando el apartado anterior, podemos inferir que el hombre siempre ha construido el conocimiento dentro de la cultura en que se desenvuelve, lo cual lo ubica dentro de un paradigma, creencia, religión, otros (nuestro sistema de ideas). Para Morín (2003) este conocimiento contiene una competencia, una actividad cognitiva y un saber que es el resultado de estas actividades; las mismas se pueden desarrollar en el seno de una cultura que ha producido, conservado, transmitido un lenguaje, una lógica, un capital de saberes, de criterios de verdad.

El fenómeno de conocer, su definición, los conceptos relacionados, las fuentes, los criterios, los tipos de conocimiento posibles y el grado con el que cada uno resulta cierto, así como la relación exacta entre el que conoce (sujeto epistémico, observador) y el objeto conocido, ha sido tema de reflexión y problematización desde hace a lo menos 2.500 años, cuando nacieron los dos enfoques epistemológicos fundamentales: el racionalismo y el empirismo. El racionalismo se inicia con Platón y su mundo de formas o ideas cognoscibles de manera exacta y certera por medio del razonamiento abstracto, método para llegar a un conocimiento verdadero. Por otra parte, el empirismo o realismo nace con Aristóteles, quien a pesar de considerar -al igual que Platón- el conocimiento abstracto como superior a cualquier otro, discrepó en cuanto al método, pues, todo conocimiento se deriva de la experiencia y de la percepción de ésta.

Con el correr del tiempo, estos puntos de vista incidieron en la producción-construcción de conocimiento en las diferentes áreas del saber humano, llegando a dividir las ciencias, que según su objeto de estudio fuese visible, tangible o no, en ciencias de la naturaleza y en ciencias del espíritu o sociales, conformadas por todas las demás, incluyendo a la Pedagogía, que sigue obligada a transmitir aquéllas. Ahora bien, para que se de el proceso de conocer existen distintas posibilidades disímiles pero a su vez complementarias, de acuerdo a Hessen (1989) tenemos el dogmatismo, el escepticismo, el subjetivismo y el relativismo, el pragmatismo y el criticismo.

En lo que respecta el dogmatismo supone absolutamente la posibilidad y realidad del contacto entre el sujeto y el objeto, para él, resulta comprensible que el sujeto, la conciencia cognoscente, aprehenda su objeto, esta actitud se fundamenta en una confianza total en la razón humana, confianza que aún no es debilitada por la duda. Mientras que el dogmatismo considera que la posibilidad de un contacto entre el sujeto y el objeto es comprensible en si misma, el escepticismo niega la tal posibilidad. El sujeto no puede aprehender a lo objeto, afirma el escepticismo. Por tanto, el conocimiento, considerado como la aprehensión real de un objeto, es imposible. Según esto, no podemos externar ningún juicio, y debemos abstenernos totalmente de juzgar. Mientras que el dogmatismo en cierta forma ignora al sujeto, el escepticismo desconoce al objeto.

El escepticismo sostiene que no hay verdad alguna. El subjetivismo y el relativismo no son tan radicales. Con ello se afirma que si existe una verdad; sin embargo tal verdad tiene una validez limitada. El subjetivismo, como su nombre lo indica limita la validez de la verdad al sujeto que conoce y juzga. El relativismo afirma que no existe alguna verdad, alguna verdad absolutamente universal. El subjetivismo y el relativismo son análogos, en su contenido, al escepticismo. En efecto, ambos niegan la verdad; no en forma directa como el escepticismo, pero si en forma indirecta al dudar de su validez universal.

El escepticismo presenta una actitud esencialmente negativa. Formula la negación de la posibilidad del conocimiento. El escepticismo adquiere un cariz positivo en el pragmatismo moderno. El pragmatismo, al igual que el escepticismo desecha el concepto de la verdad considerado como concordancia. El pragmatismo cambia el concepto de la verdad en cuanto a que es originado por una peculiar concepción de lo que es el ser humano. Dentro de tal concepción el hombre no es primordialmente un ser especulativo y pensante, sino un ser práctico, un ser volitivo.

La postura intermedia entre el dogmatismo y el escepticismo recibe el nombre del criticismo, el cual al igual que el dogmatismo admite una confianza fundamental en la razón humana. El criticismo está convencido de que es posible el conocimiento, de que existe la verdad. Pero mientras que tal confianza conduce al dogmatismo, el criticismo pone, junto a la confianza general en el conocimiento humano, una desconfianza hacia cada conocimiento particular, acercándose al escepticismo por esto. El criticismo examina todas y cada una de las aseveraciones de la razón humana y nada acepta con indiferencia.

En fin, estas diferentes nociones acerca de la concepción del conocimiento nos permiten hablar también o mejor dicho, hacernos una serie de interrogantes de cómo el individuo conoce, cómo adquiere el conocimiento, qué proceso realiza para poder conocer el conocimiento; es decir, entender el proceso desde las distintas posibilidades de acceder a él. De allí que el constructivismo es un enfoque fundamental para la adquisición del conocimiento, en tanto que permite que el individuo en su proceso de construcción del aprendizaje se apropie del conocimiento desde los principios que Morín le refuta a Piaget en cuanto a la auto organización de las estructuras innatas que requiere el constructor del constructivismo.

Lo señalado nos visualiza una complementariedad conflictiva que conduce a la complejidad científica señalada por Morin (1997), cuando paradójicamente expresa que la presencia de lo no científico en lo científico, no anula a lo científico, sino que por el contrario, le permite expresarse. De igual manera, dicho autor (2003), refiere que el conocimiento del conocimiento debe afrontar la paradoja de un conocimiento que no es su propio objeto porque emana de un sujeto. De allí, que todo conocimiento necesita hoy reflexionarse, reconocerse, situarse, problematizarse, lo que implica esforzarse en pensar y reflexionar los conocimientos científicos auto-elaborándose como epistemología compleja.

En consecuencia, la educación debe promover el conocimiento de manera multidimensional, a lo complejo, al contexto en una concepción global. Para ello, es importante enseñar los métodos que permitan aprehender las relaciones mutuas y las influencias recíprocas entre lo que nos rodea. Así, por ejemplo, en el saber "Una educación que cure la ceguera del conocimiento" Morín, menciona que la primera e ineludible tarea de la educación es enseñar un conocimiento capaz de criticar el propio conocimiento; es decir, el individuo debe detectar y subsanar los errores de su propio conocimiento, sin que esto implique detrimento de su personalidad y seguridad como individuo pensante.

En este orden de ideas, Morín (2001) propone una educación en torno a su construcción y acceso al conocimiento, que ubique al ser humano de una manera sistémica y no reduccionista ni simplificante, una ubicación que sea capaz de formar personas con criterios que puedan integrar los conocimientos sin hiperespecializaciones atrofiantes previendo además la posibilidad de errar, pues aunque la ciencia se rige por leyes aparentemente inamovibles, éstas son susceptibles de error constantemente.

Se trata de entender el conocimiento de la realidad y su construcción, sin obviar el riesgo del error y de la ilusión, por ello, se plantea que, la educación del futuro deberá tener presente todos estos aspectos y de esta manera enseñar a los individuos a convivir con sus ideas sin ser destruidos por ellas.

En síntesis, se puede decir que el problema del conocimiento ha constituido a lo largo de la historia una razón fundamental para el desarrollo del hombre en la sociedad desde diversas posturas epistemológicas hasta llegar a alcanzar la dimensión de la complejidad del pensamiento; teniendo presente que por muy diversas que sean las disciplinas del conocimiento, siempre es posible establecer vinculaciones entre ellas. Esto permite dar una visión ampliada, integradora del conocimiento; sin la pretensión de querer alcanzar el conocimiento absoluto; pues, cada vez más, estamos ante la presencia de un conocimiento comprehensivo de los fenómenos humanos.

Referencias

Hessen (1989) Teoría del Conocimiento. Caracas: Panapo

Morin (1997) Introducción al Pensamiento Complejo. España: Gedisa

Morin, E. (2000) Los Siete saberes necesarios a la educación del futuro. Caracas: IESALC/UNESCO

Morín E. (2001) Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Bogotá

Morín, E. (2003). El conocimiento del conocimiento. México